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Sacrificios humanos

  • Foto del escritor: vidadiv
    vidadiv
  • 16 sept
  • 5 Min. de lectura
Explosión en el puente La Concordia entre la CDMX y el Estado de México. Foto por @JefeVulcanoCova.
Explosión en el puente La Concordia entre la CDMX y el Estado de México. Foto por @JefeVulcanoCova.

Camino al trabajo, recorriendo las decrépitas carreteras de Oaxaca, me suelo topar con un crucero donde un tesla, o cualquier otro coche de aquellos que dicen tener función de piloto automático, no sabría que hacer. Ese cruce es solo para humanos y pone a prueba millones de años de evolución donde las personas tienen que sacar provecho de sus instintos e interpretar, en fracciones de segundos, ligeros movimientos de las llantas, una pequeña vibración del coche que indique que el motor está siendo acelerado o una mirada que revele una intención de "aventarse", al mismo tiempo que la orden de soltar el acelerador y pisar el freno ya esté lista para ser ejecutada. Y ni que decir de los pobres peatones que tengan que pasar por ahí. Por el momento, una tragedia ha sido evitada por la presencia de topes y de la habilidad de los automovilistas y peatones, pero claramente ese crucero necesita un semáforo. Recordando nuestras mexicanísimas tradiciones pensé "aquí no harán nada hasta que haya muertos".


Pero incluso si hay semáforos instalados eso no significa que ya se está salvo. En Oaxaca, si un semáforo está "apagado" no es que no funcione, mas bien es que desean que uno sea partícipe de un juego de habilidad vial en el que hay que adivinar cual de las luces se fundió. Si por un instante de tiempo se prende el amarillo y pasa al rojo era el verde el que no funcionaba, o si de repente aparece la luz verde es que el rojo no funcionaba. Pero si el verde y el rojo no funciona, de nuevo hay que recurrir a los instintos y tratar de adivinar si hay pase o no en función de lo que hacen los demás. Tal vez las autoridades de Oaxaca nos quieren preparar para un futuro tipo Mad Max donde la supervivencia depende de las habilidades detrás del volante en caminos plagados de peligros.


"Ahogado el niño, tapado el pozo" resume la actitud que siempre ha estado presente en la infraestructura vial mexicana. Las autoridades de nuestro país no creen en la ley de Murphy, que si algo malo puede pasar va a pasar. En cambio, toman una actitud más escéptica y esperan que haya un desastre capturado en cámara y transmitido en medios. Más aún, ese desastre necesita de vidas humanas, de otra manera no es tan catastrófico y por lo tanto no es tan urgente de resolver. Como si nos aferráramos a creencias prehispánicas, necesitamos hacer sacrificios humanos para que las autoridades, que se asumen como dioses o por lo menos entes por encima del resto de la gente, hagan algo.


La infraestructura vial es costosa. Las vialidades en Oaxaca y en el resto del país están lejos de ser seguras porque el estado no quiere gastar en ello. El argumento es que no hay presupuesto que alcance. Aunque más bien no hay presupuesto que alcance para las tranzas y para infraestructura. Pero incluso en autopistas, que las cobran y bien, tampoco se siente mucha seguridad. La "supercarretera" que conecta Oaxaca con el centro del país ya tiene 30 años de antigüedad y no han hecho absolutamente nada para modernizarla. Los sacrificios humanos son constantes y los dioses parecen inmutables ¿Por qué no hay más presupuesto? ¿Por que incluso donde se cobra no pareciera haber el gasto para garantizar la seguridad de los viajeros?


En aquellas culturas que lo practicaban, los sacrificios humanos no solo era para pedir acciones por parte de los dioses. En muchos casos se hacía de manera preventiva: si los dioses pedían vidas humanas para detener una sequía y mandar las lluvias, mejor hacer el sacrificio antes y garantizar que esas lluvias lleguen desde un principio. Es decir, los sacrificios humanos eran necesarios para mantener contentos a los dioses y que la sociedad siguiera avanzando. Y pareciera que en México mantenemos viva esa costumbre. Pero no son varios dioses a los que hay que mantener contentos. De hecho, es solo uno. Sus sacerdotes, nos han convencido que debemos aceptar esos sacrificios, de otra manera, el dios que defienden nos va a abandonar y el país entrará en crisis. Por supuesto, hablo del productivismo.


El productivismo exige que la producción crezca, continuamente; las ganancias de sus sacerdotes depende de esto. No importa de que manera y si esto implica algunos o muchos sacrificios humanos, si al final se consigue tener crecimiento, entonces vale la pena. Cuando el mundo estuvo bajo el ataque de un ser microscópico replicándose millones de veces dentro de millones de personas, los sacerdotes del productivismo clamaban que la gente debía volver a congregarse en sus centros de trabajo porque si no la producción iba a decaer. No importaba si lo que producían era o no realmente necesario, lo que importaba era seguir produciendo. No importa si una empresa es sostenible y ya da un buen servicio, lo que importa es que haya crecimiento en la producción y las ganancias. Cuando ya no hay más hacia donde crecer, siempre se pueden encontrar cosas que recortar para que las ganancias crezcan, aunque el servicio o el producto empeore. Así, si antes se hacia un producto que tenía larga duración, mejor diseñarlo para que se descomponga rápido y seguir vendiendo más. O también se puede presionar al estado que reduzca la carga de impuestos, bajo el pretexto de que los impuestos reduce el dinero disponible para invertir y crear empleo, cuando en realidad es solo para aumentar las ganancias de los sacerdotes del productivismo. Y así, el estado se ve orillado a ejercer recortes que al final se van a pagar en sacrificios humanos.


La tragedia del puente Concordia, cerca de los límites de la Ciudad de México y el Estado de México, ilustra claramente como el productivismo colecta los sacrificios humanos que demanda. Por un lado esta la hipótesis de que la pipa se volcó por una combinación de exceso de velocidad y mal estado de esa carretera. Por otro, está la posibilidad de que esa pipa no cumpliera con los estándares de seguridad que debía tener. Una tormenta perfecta donde se manifiestan los recortes que hace el estado al mantenimiento de la infraestructura y los recortes que hacen las mismas empresas al mantenimiento de sus unidades. Es posible que la empresa dueña de la pipa, Silza, fueran solo estúpidos y creyeran que algo así no les iba a pasar. O peor aún, tenían previsto un desastre así y tienen un fondo para atenderlo, siempre y cuando esto no implique que les detengan sus operaciones. Hasta donde sé, eso no ha pasado. Tal vez el gobierno endurezca las exigencias de seguridad que estas empresas tengan que cumplir y las vean de cerca por un tiempo. Pero otro problema de un estado reducido es que no tiene el personal para hacer inspecciones con regularidad y además, si este es mal pagado, es muy fácil que caigan en actos de corrupción.


Ahora que casi todos cargamos cámaras de video en nuestros bolsillos, las imágenes de una bola de fuego rodeando coches y personas deberían causar un gran impacto en la gente y movernos a romper con ese dios que constantemente reclama sacrificos humanos. Pero en esos mismos dispositivos también vemos otras miles de imágenes que nos harán olvidar rápidamente lo que pasó. Otro triunfo de la innovación productivista. Y mientras, todos los días, nos exponemos a que en un crucero sin semáforo seamos testigos de una ceremonia de sacrificio humano.


 
 
 

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