
Una de las primeras reacciones que tenemos la gente de la ciudad al ver el cielo en una noche oscura y clara es "wow, cuantas estrellas".
El temor que tenemos a la oscuridad es natural. Evolucionamos como seres principalmente diurnos y por lo mismo nuestros ojos no se adaptaron suficientemente bien a las condiciones de oscuridad. Si no podemos identificar con claridad una amenaza a nuestro alrededor nos sentimos en peligro. Cuando aprendimos a manipular el fuego no sólo encontramos una herramienta para mejorar la calidad de nuestros alimentos o moldear nuestro entorno, también encontramos una solución a nuestro problema con la oscuridad. Después vino la electricidad y expandimos nuestra capacidad de iluminar ciudades enteras. Nadie cruzaría de manera tranquila una calle pobremente iluminada, e incluso preferiría consumir tiempo y energía rodeándola. Nos sentimos seguros y a gusto en areas muy iluminadas (y luego nos preguntamos ¿por que los insectos se sienten tan atraídos a la luz?). Ganamos la libertad de poder deambular por la noche y extender nuestro horario para poder hacer lo que queramos, ya sea verano o invierno, pero ¿que fue lo que perdimos?
Los primeros registros de constelaciones vienen de las primeras sociedades agrícolas en en el medio oriente. Igualmente las civilizaciones prehispánicas también identificaban constelaciones. Era de vital importancia observar y conocer el cielo para poder saber en que momento cultivar, cuando empezar a almacenar el alimento y también para viajar y no perder el rumbo. Me gusta imaginarme que ver el cielo lleno de estrellas con la Via Láctea elevándose por el horizonte era una imagen tan familiar como lo es hoy (aunque no para muchos) reconocer las calles y avenidas de la ciudad que habitamos.
El ejemplo más absurdo que he conocido de lo ajenos que somos a la bóveda celeste es el de algunos que se dedican a estudiar el cielo: los astrónomos y astrofísicos. Mucha de la astronomía moderna se hace frente a un monitor analizando la información obtenida mediante instrumentos a cientos o miles de kilómetros de donde trabaja el astrónomo. El astrónomo o astrofísico puede llegar a obtener información muy detallada del objeto celeste que está estudiando, sabiendo cual es su composición química, que edad tiene, cual es su posición respecto al centro de la galaxia y que procesos físicos están pasando a su alrededor. Pero si le preguntas, bajo un cielo estrellado, que te señale con el dedo DONDE está ese objeto del que parece saber mucho, es muy probable que no sepa e incluso batalle por identificar otros objetos celestes famosos.
Así como perdimos bosques por la comodidad de tener comida en nuestros supermercados y ríos por la comodidad de tener agua potable en nuestras casa, así también hemos perdido la luz de las estrellas por la comodidad de tener luz en nuestras ciudades. No es sorpresa que nos sintamos tan maravillados al ver algo que solía ser común en este planeta.
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