Mi abuelo deseaba vivir más de 100 años. Cuando alguien le preguntaba su edad decía "ya le pedí a Dios que me permita llegar a los 100 años". Desconozco porque lo deseaba. Tal vez es el deseo instintivo de tener una larga vida. Tal vez solo quería dar testimonio que su fe lo había llevado a tener una vida así de larga. En efecto tuvo una larga vida. Tan larga que para hablar de la época en la que nació es totalmente permisible referirse al México de "hace un siglo". En 1925 México apenas estaba saliendo del tumulto creado por los constantes levantamientos armados en los que, uno por uno, iban cayendo muertos los caudillos de la revolución mexicana. El país apenas alcanzaba los 15 millones de habitantes y el llamado "Jefe Máximo de la Revolución", Plutarco Elias Calles, despachaba desde el Palacio Nacional. La esperanza de vida era de apenas 34 años. El solo nacer ya era un alto riesgo tanto para el bebé como para la madre. De cada 8 nacimientos, uno de esos bebes moría antes del primer año. Estadísticamente mi abuelo tenía pocas probabilidades de alcanzar los 95 años.
Como pastor y misionero evangélico mi abuelo vivió en varios lados del país. Es así como llegó a vivir con su familia, mi madre incluida, a la ciudad de Oaxaca. Ahí mi mamá conoció a mi papá y nacimos mi hermano y yo. Pero antes de que yo tuviera la capacidad de construir memorias, mi abuelo, junto con mi abuela y la más pequeña de mis tías, se regresaron a su pueblo natal: Villaflores, Chiapas. En ese pueblo es de donde tengo mis primeros recuerdos de él.
En Oaxaca siempre me causaba cierta frustración de que no hubiera ríos donde se pudiera nadar. En cambio en Villaflores tenía la impresión de que había ríos hasta para escoger. El pueblo de mi abuelo se me figuraba con un pueblo rodeado de ríos, campos verdes y selva. Y por lo que me llegó a contar alguna vez, en su juventud su pueblo realmente estaba rodeado de selva. Para él le era normal comer armadillo, manatí o chango. En ese entonces, recorrer una vereda a través de la selva tenía el riesgo de que te saliera un "tigre" (me imagino se refería a los jaguares). "Siempre había que traer un cuchillo" nos decía, además del rifle, porque si el tigre te brincaba encima y no te daba tiempo de sacar el rifle pues tenías el cuchillo para pelearte cuerpo a cuerpo. Imagino que esa experiencia recorriendo lugares inhóspitos le sirvió de entrenamiento para su vida de misionero. En el estado de Oaxaca recorrió muchos pueblos y fundó varias misiones. Mi papás algunas veces lo acompañaron a visitar esas misiones, llevándonos a mi hermano y a mi. Siempre me sorprendió la forma tan respetuosa y de admiración con la que se dirigían en aquellos pueblos hacia mi abuelo. Yo, chamaco engreído de ciudad, sentía que por ser ÉL NIETO, también era alguien importante. Obviamente esa importancia solo existía dentro de mi cabeza, pero disfrutaba mucho de la cordialidad y alegría con la que éramos recibidos.
Otro de los recuerdos muy marcados que tengo de esas visitas a Villaflores, es cuando mi abuelo sacaba sus binoculares. Fue con esos instrumentos que vi por primera vez los cráteres en la luna. No recuerdo en que momento fue, probablemente cuando yo estaba terminando la primaría, pero mi abuelo nos regaló, a mi hermano y a mi, esos binoculares. Al principio no les acabamos mucho provecho, lo único que se me ocurría ver era la luna. Si intentaba ver otra cosa en el cielo oscuro, era muy difícil por mi pulso. Fue hasta que se me ocurrió amarrar esos binoculares al tripié de la cámara de mi papá que pude ver incluso las lunas de Júpiter. Eso tuvo un gran impacto en mí y mi decisión de ser científico.
En sus últimos años, como a cualquier hombre de edad avanzada, su movilidad se vio muy reducida. Eso no le impidió todavía sembrar maíz el año pasado. Tuve el privilegio de comer tortillas hechas con ese maíz.
Unos días antes de que entraran las medidas de distanciamiento social en nuestro país tuve la oportunidad de ir a Oaxaca y visitar a mi abuelo. Apenas una semana antes había cumplido 95 años. Lo ví acostado en su cama, ya muy cansado. Me preguntó sobre la ciudad de México, "puro ratero hay ahí" dijo riéndose. Le conté la razón por la que había ido para allá, que fue a dar una plática de divulgación científica, a un pueblo a una hora de Oaxaca. De alguna manera, así como mi abuelo, fui de misionero, aunque a difundir otro tipo de mensaje.
Mi mamá ya me había advertido que lo inevitable podía suceder pronto. Aún así no era consciente de que esa tarde ya me estaba despidiendo de él.
Descanse en paz mi abuelo Isaías Muñoz Sol, el único que conocí.
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