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El fantasma de la Luna


La fase creciente de la Luna siempre ha sido mi favorita. La media Luna es aburrida, la Luna casi llena parece un circulo mal dibujado y la Luna llena aunque siempre llamativa por su intenso brillo, pierde ese misterio de las partes de la Luna que están en las sombras.


La casa en la que crecí está en el cerro más próximo al centro de la ciudad de Oaxaca. De hecho, el nombre de la ciudad y el estado tiene que ver con ese cerro. Oaxaca viene de Huaxyacac, que lo traducen como "en la punta de la nariz del guaje", ya que ese cerro le veían forma de nariz y estaba lleno de árboles de guaje. Ahora es llamado Cerro del Fortín y también es conocido porque ahí está el auditorio Guelaguetza. Mi habitación estaba del lado de la casa con vista hacia la ciudad. Entonces además de tener una buena vista de esta, también podía ver las montañas al horizonte y, por supuesto, el cielo. Cuando me aburría de estar haciendo mis tareas o ver la tele, me acercaba a la ventana y me podía quedar un buen rato inclinado sobre de ella viendo la ciudad, el cielo y la Luna.


En las fases crecientes o menguantes es cuando se puede distinguir que la superficie de la Luna no es suave. Expuesta por miles de millones de años y sin una atmósfera que le alise las cicatrices, la Luna tiene una diversa colección de cráteres; evidencia de que el vacío del espacio no es tan vacío. Estas irregularidades se ven claramente con ayuda de binoculares o un telescopio, a simple vista es un tanto más difícil. De hecho, tratando de ver esos detalles es cuando me di cuenta que mis ojos necesitarían de ayuda.


Estaba terminando el cuarto semestre cuando empecé a notar que al final del día empezaba a ver borroso. Yo lo atribuía a que el aire seco y polvoso de la ciudad (después de la larga época de sequía) me irritaban los ojos. Después de todo, al día siguiente parecía ver todo con normalidad. Pero eso empezó a suceder todos los días y donde más me preocupó, es cuando al ver las estrellas en vez de ver puntos bien definidos de luz, veía puntos difuminados. Y la luna, en su fase creciente ya no era esa "c" brillante y definida. Ahora además de la "c", veía otra justo a un lado pero mal definida, un fantasma junto a la Luna.


Como buen mexicano, mientras no fuera una condición que me perjudicara seriamente mi día a día, pues esperé a ver si se me pasaba. Después de todo, en el salón de clases podía ver bien el pizarrón, no tenía que acercar mi cara a la libreta para poder escribir y rara vez tenía problemas para reconocer a alguien a la distancia, siempre y cuando no fuera al final del día. Pero donde el problema no desaparecía era al ver la Luna y las estrellas. Incluso después de una noche de descanso, cuando me tenía que levantar con el cielo todavía oscuro para las inhumanas clases de las 7 am, si la Luna andaba por ahí, aún así la veía con su fantasma a un lado. Entonces no era nada más que se me "cansaba" la vista por el aire de la ciudad. Era algo intrínseco a los ojos.


Cuando finalmente me hice de unos lentes, estos tenían el mínimo aumento. De hecho algunos me llegaron a acusar de usar lentes sin aumento nada más para hacerme el interesante. Y en realidad, la mayor parte del tiempo, no sentía la necesidad de utilizarlos. Pero en la noche, al ver el cielo, es cuando hacían, y hacen todavía, una gran diferencia.


Hoy en día, cuando veo la Luna, todavía me gusta hacer ese cambio entre como la veo con y sin lentes. El fantasma junto a la Luna ahora se ve más grande. Consecuentemente, mis lentes tienen un poco más de aumento. Hacer ese cambio entre ver con o sin lentes, cómo me diría una amiga, es como si pasara de ver en señal analógica con mala recepción a ver en 4K.

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