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Día 29: el mundo cada 7 días.

Ese es el lapso con el que veo el mundo del otro lado de mi puerta: cada 7 días. He ajustado mis compras y mi consumo (sobre todo de productos perecederos) a una semana. Tal vez podría intentar estirar más ese periodo pero, a decir verdad, también por salud mental no se si pueda.


De alguna manera, en muchos aspectos, es como si la tecnología ya nos hubiera venido preparando para el distanciamiento social. Son muchísimas actividades las que se han trasladado al internet. Tiene aproximadamente 10 años que no saco un libro de una biblioteca. La última vez que renté una película fue hace más de 15 años, y no por el advenimiento de Netflix (mi cuenta la abrí apenas hace 5 años) si no porque empezó a ser muy fácil bajar versiones pirata. Luego por internet empezó a ser posible pagar servicios: luz, agua, gas, teléfono. Y finalmente muchas de esas cosas que hacíamos desde una computadora se trasladaron a los smartphones. En la palma de la mano uno puede pedir comida, comunicarse por texto, audio o video, estar informado de lo que pasa afuera antes del noticiero del medio día y hacer transferencias bancarias. Pero aún así de vez en cuando uno tiene que ir a los antiguos establecimientos donde uno hacía alguna de esas cosas, como el banco.


Hoy tuve que ir a una sucursal por la reposición de una tarjeta. Me ponía un poco nervioso el ir porque sabía que ahí sería difícil la presencia de Susana Distancia. Pero tal parece que mucha gente ya tomó enserio lo dicho por el Dr. Hugo López-Gatell, "quédate en casa, quédate en casa, quédate en casa". Fue la primera vez desde que empecé a utilizar servicios bancarios (hace más de 2 décadas) que pasé directamente a caja al entrar. Nunca, ni siquiera en Barcelona (donde hay tantas sucursales bancarias como bares) me había pasado algo así. Eso me dio un poco de tranquilidad porque entonces si hubo Susana Distancia. El trámite fue relativamente rápido, activé mi tarjeta y me dirigí al supermercado. El banco al que fui se encuentra justo en el centro de Coyoacán, por lo que pude ver cómo estaba el ambiente ahí. Los parques, ahí donde está el kiosko y la fuente de los coyotes, estaban delimitados con cinta amarilla: no se podía pasar. Esto me dio una de esas primeras imágenes que se han repetido alrededor del mundo: un sitio normalmente muy concurrido, sin gente.



Me gustaría pensar que una de las buenas consecuencias que puede tener este distanciamiento social sea una mayor apreciación por el espacio público: parques, plazas públicas y cualquier otro espacio a cielo abierto en general. De por sí esta ciudad aceleradamente le estaba dando preferencia a desarrollos inmobiliarios y plazas comerciales a costa de áreas verdes y espacios abiertos.


El resto de mi "paseo" fue como los anteriores: poca gente en la calle, una marcada reducción en el tráfico y pocos establecimientos abiertos. Podría decir (y claro, esto es una mera percepción) que vi más gente utilizando cubrebocas. Me gustaría pensar que eso es bueno, aunque claro, todavía vi quienes se lo quitaban para pegarse el teléfono celular a la cara.


Por la tarde la luz del Sol se volvió más amarilla de lo normal y el inconfundible olor a madera quemada entró por la ventana. Pareciera que los incendios forestales son algo inevitable en esta época del año.



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