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Descuido


Imaginen un club de fútbol. Este club siempre anda reclutando jóvenes talentos para entrenarlos, integrarlos al equipo de futbol y promoverlos a clubes europeos. Este club también tiene entrenadores de reconocido nivel que han logrado que muchos de sus jugadores lleguen a ligas europeas. Sin embargo, en este club, aún con varias historias de éxito, hay mucha deserción e incluso carreras truncadas por lesiones. El club no cuenta con médicos, ni fisioterapeutas, ni preparadores físicos, ni nutriólogos. Esos cuidados dependen de cada jugador. Los entrenadores tampoco se preocupan por cuidar la integrad física de los jugadores. Si un jugador entra al campo lesionado es su responsabilidad y si ahí se lastima no es culpa del club. Este club no lo admite abiertamente, pero pareciera que su forma de trabajar es que los jugadores que se lastiman por la alta demanda física es porque en realidad no tenían que estar en ese club y tendrían que dedicarse a otra cosa ¿Qué tanto éxito tendría un club así? ¿Realmente está aprovechando el potencial de los jugadores? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que uno de sus jugadores sea orillado a un incidente fatal? Por supuesto, no hay ni un solo club de futbol profesional en el país que trabaje así, sin cuidar la salud de sus jugadores desde casi todos los ángulos y aprovechando el potencial que cada uno tiene... al contrario de los institutos científicos de México.


Los futbolistas, o cualquier otro atleta de alto rendimiento, someten su músculos, sus articulaciones, sus tendones, sus pulmones, sus corazones, a un ritmo de trabajo inusual para la mayoría de las personas. Así los científicos con sus mentes. No que los científicos sean más inteligentes. La inteligencia tiene varias formas de ser medida y los científicos se concentran en utilizar y refinar principalmente la lógica-matemática. Las otras formas de inteligencia las suelen dejar rezagadas; ejemplos sobran. Sin embargo someten sus sus cerebros a un continuo e intenso trabajo mental, aprendiendo nuevas ideas, entendiendo como se relacionan entre si, memorizando conceptos claves, resolviendo problemas, creando nuevos problemas y buscando la solución a esos nuevos problemas y sometiendo esas soluciones a la crítica de otros científicos. Con esa carga de trabajo sobre el cerebro, no es de sorprenderse que varios estudios (en Estados Unidos) sobre la salud mental en la academia tengan estos resultados: los estudiantes de doctorado son seis veces más propensos a sufrir depresión o ansiedad que la población en general; más del 40% de estudiantes en las áreas de ciencia e ingenierías tienen depresión, mientras que el 50% de los estudiantes de doctorado de la Universidad de Arizona han reportado alto grado de estrés.


Se podría argumentar que hay una falsa correlación entre el mundo académico y la crisis en la salud mental diciendo que en realidad es porque esas áreas (ciencias e ingenierías) atraen a personas propensas a tener mala salud mental. Pero sería equivalente a decir que los clubes deportivos atraen gente propensa a sufrir lesiones musculares y no sea el ritmo de trabajo deportivo lo que produce lesiones. Hoy en día, los clubes de futbol cuentan con preparadores físicos, médicos, fisioterapeutas, nutriólogos y hasta sicólogos. Desconozco cual habrá sido el proceso para que los clubes llegaran a la conclusión de que necesitaban a todo este personal: si fueron demandas de los jugadores, si fue después de estudiar por qué se lesionaban o los dueños lo vieron como una manera de proteger sus inversiones. El punto es que los clubes al mismo tiempo que someten a una intensa carga de trabajo a sus jugadores, también buscan la manera de que esos jugadores puedan tolerar esa carga de trabajo y desplegar todo su potencial en la cancha. En el caso de los científicos, su principal activo es la mente y este se deja al cuidado de cada quien. Aunque se reconoce que "puede que haya" un problema con la salud mental de los estudiantes de posgrado, rara vez se trata de analizar las causas y se suele considerar que es un problema que debe ser atendido fuera de la academia.


Hace poco hubo un cambio significativo en el posgrado en física de la UNAM. Anteriormente para cursar el doctorado los estudiantes tenían que pasar cuatro exámenes, llamados predoctorales, cubriendo las "bases" de la física: mecánica clásica, mecánica cuántica, electromagnetismo y física estadística. Estos exámenes tenían fama de causar mucha angustia entre los estudiantes y aunque había quejas de una dureza innecesaria por parte de algunos evaluadores, siempre eran descartadas; era impensable que alguna autoridad académica cuestionara los métodos de sus académicos, que aportaban su valioso tiempo para examinar estudiantes. Con el tiempo, el principal argumento con que se lograron cambios era que esos exámenes beneficiaban principalmente a las áreas teóricas de la física, en detrimento de las áreas experimentales. Pero era bien sabido que también los estudiantes ya no se querían inscribir porque veían innecesario tener que sufrir los exámenes predoctorales, sobre todo si podían hacer el doctorado en otro lado. Nunca hubo una discusión sobre una cultura de casi tortura mental por parte de los evaluadores, o de una total indiferencia a preparar correctamente a los estudiantes para ese tipo de exámenes. Las quejas sobre la crueldad de los exámenes se tomaba como queja de gente débil que no aguantaban los rigores de la ciencia. Era como si se asumiera que si alguien era incapaz de pasar esos exámenes, entonces era incapaz de desarrollarse como científico. Si alguien se sentía mal, si a alguien le causaba mucha ansiedad, estrés o depresión, ese era (y sigue siendo) su problema, no del posgrado. Pero se nos olvida que el mismo instrumento que utilizamos para pensar es el mismo que utilizamos para sentir. La habilidad de resolver problemas lógico-matemáticos no puede quedar intacta si el estado anímico esta mal. Tener depresión no es estar triste, es una manifestación de un daño a la salud mental.


Además de contar con personal para cuidar la salud física de los jugadores, las organizaciones deportivas han ido modificando sus reglas y su infraestructura para evitar, en lo posible, lesiones graves a los atletas. Obviamente es muy complicado llegar a un punto en el que los deportes sean actividades totalmente libres de lesiones, pero se ha avanzado mucho: mejores equipos de protección, maniobras prohibidas, castigos más duros para quienes hacen movimientos que pongan en riesgo a otros jugadores y registro en video para que haya menos impunidad. Es muy difícil armar el caso de que un instituto de física teórica pudiera causar daño a alguien: solo hay oficinas, salones, centros de computo, biblioteca y científicos en sus cubículos. Sin embargo, hay claros indicios que dentro de esos espacios se produce daño a la salud mental. Pero esa discusión siempre se ha querido evitar, porque sería admitir que hay algo en la forma de trabajar que no está bien. Al final, lo que se se admite sin decirlo, es que en esos espacios solo podrán desarrollarse quienes ya traigan un bagaje cultural, académico y emocional que les permita tolerar ese entorno, los demás, serán descartados.


En los deportes las lesiones aparecen por una carga excesiva de trabajo sobre los músculos. La manera más efectiva de evitar esas lesiones es que los músculos no se trabajaran tanto. Pero como lo que se necesita precisamente es que los atletas trabajen intensivamente, entonces se busca atenuar las consecuencias, con médicos, fisioterapeutas y nutriólogos. Así, si en la academia no se quiere tener esa discusión sobre una mala cultura de trabajo, sobre todo porque así se ha hecho por décadas, como mínimo, se tendrían que atender las consecuencias. Los centros de investigación tienen profesionales para facilitar el trabajo de los investigadores: técnicos de computo, laboratoristas, talleres donde construyen instrumentos y acceso a revistas especializadas. Los directivos (por lo menos los de la UNAM) hasta choferes tienen. Pero nada que atienda el activo más importante que tienen los científicos: la mente. No creo que sea descabellado pensar en que cada instituto tuviera una sicóloga o sicólogo para atender al personal, sobre todo al que está en formación. La barrera a vencer, más que económica, es el estigma de que los problemas mentales o emocionales son signos de "debilidad" y que no tienen nada que ver con el quehacer de la ciencia.

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