Se suponía que eran vacaciones, una época de descanso y diversión, un tiempo para olvidarse del trabajo, del mundo exterior y solo disfrutar de la compañía de la familia. Se suponía que podíamos aislarnos, que podíamos mantener distancia del resto del mundo y de los peligros que en este acechan. Se suponía que disfrutaría de varias noches tomando chocolate de agua y pan mientras mi abuela no se cansaba de decirme que era su “astrovida”. Se suponía que recibiríamos el año alrededor de una fogata, con el cielo lleno de estrellas sobre nuestras cabezas. Se suponía que cuando tuviera que volver a la ciudad, me despediría de mi abuela prometiéndole volver pronto.
Mi abuela nació en un México que desde ese entonces se suponía que iba a desaparecer, pero el cual persiste hasta nuestros días. Nació en un México machista, con un padre que buscó tener más de una familia pero sin tomar responsabilidad por ello. Nació en un México profundamente desigual, en condiciones de marginación donde las oportunidades eran sumamente limitadas, sobre todo para las mujeres. Aunque tuvo la oportunidad de ir a la escuela, la enviaron pensando en que se tenía que educar para ser una buena esposa. Nunca tuvo la oportunidad de decidir por un futuro, una carrera, un oficio o siquiera el lugar donde iba a vivir. Creció sin saber que podía tener ese derecho a decidir. Sus intereses, su trabajo, su vida tendría que ser decidida por un hombre.
Dentro de esas condiciones machistas en las que creció, podría decirse que tuvo la suerte de que su esposo se tomara en serio el papel de jefe de familia. Mi abuelo nunca la engañó ni la abandonó, no fue un hombre borracho que solo le llevara problemas a su casa o que tuviera algún otro vicio, excepto el dedicar su trabajo y ganancias a su misión evangelista. Compartió con mi abuelo la carga de esa misión siguiéndolo a donde los llevara, engendrando y criando 4 niños y 3 niñas en el camino. Tal carga llegó hasta los hombros de mi mamá, la cual al ser la segunda, tendría que ayudar a mi abuela en la crianza de los demás. Por supuesto, el primogénito, hombre, no podía ser distraído en las labores de la casa.
A mi abuela la recuerdo ahí, siempre a un lado de mi abuelo y atendiendo siembre a las labores de la casa: cocinar, lavar, limpiar y siempre atenta a lo que mi abuelo le pidiera. Su vida siempre giró alrededor de la vida de su esposo y cuando él murió, mi abuela ya no entendía que hacer con su propia vida. Aún así, se suponía que tendría algunos años más por delante, en el cual iba a viajar a aquellos lugares que le trajeran buenos recuerdos. Se suponía que tendríamos mas tardes para que ella me contara sobre su niñez, época en la que decía que fue sumamente feliz.
A veces uno quisiera pensar que problemas globales no pueden afectarnos de forma local, que aquellas cifras trágicas que muestran las noticias le pertenecen a otro sector de la sociedad, a otras culturas, a otras lenguas. Como si México, con su actitud neutral ante conflictos globales y su pobre participación en soluciones, no se viera ni beneficiado ni afectado por lo que le puede pasar a las grandes economías. Pero un virus no sabe de fronteras, ni de idiomas, ni de color de piel. No sabe quién es frágil y quien si puede darle batalla. El único sentimiento que podría tener un virus es lo peor que alguien pudiera sentir: indiferencia. Al virus no le importa si está atacando a un político desalmado, o a una abuela que merecía acumular un poco más de bellas memorias.
Nos enfermamos casi al mismo tiempo y pasamos por periodos similares de fiebre. Se suponía que cuando esta bajara es porque nuestros cuerpos ya habían aprendido a defenderse, pero el daño a los pulmones no es el mismo a unos de 38 que a unos de 84 años.
No se suponía que estas vacaciones terminarían así. No se suponía que este año comenzaría así. Se suponía que el 2021 sería el año en que empezaríamos a ver la luz al final de este largo, oscuro y escabroso túnel. Pero así como el virus, el universo es indiferente a lo que nosotros queramos suponer de él.
Este universo tiene las condiciones para que pueda existir la vida, pero al mismo tiempo nos somete a la imposibilidad de que la vida se pueda extender de forma indefinida. Estamos sujetos a ciclos, estamos sujetos a que desde el inicio, nuestras vidas se vean amenazadas por otras formas de vida. Esta lucha también nos ha llevado a evolucionar hasta llegar a ser seres que sentimos, creando lazos que nos permiten crear historias y memorias las cuales nos hacen valorar esa fortuna de estar vivos y agradecer por el tiempo que tuvimos con quienes ya han cerrado su ciclo.
Descanse en paz mi abuela.
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