Y cuando ya me preparaba para hacer una rutina de no salir, llegó un correo del Instituto de Física pidiendo que fuera a firmar el pago de mis honorarios y pues tuve que salir. Pensé en irme en metro, pero dado que no es tanta la distancia a CU, mejor pedí un Uber.
Al subir noté que el chofer traía a su lado su bote de alcohol en gel. No me ofreció, por lo que asumí que sería para su uso personal. La plática, por supuesto, giró alrededor de las extrañas circunstancias que estamos viviendo. Hizo referencia a que ya hay poco tráfico y me preguntó a que iba a la UNAM si ya no había clases. Le dice que solo iba a algo administrativo.
No puedo decir que la UNAM era un pueblo fantasma. Se veía como suele estar un sábado. Con algo de actividad entre los edificios y mucha gente recorriéndola en bicicleta. Por supuesto, muchos de ellos no conservaban la llamada "sana distancia". Al llegar al Instituto yo esperaba encontrarlo desierto. Pero no, se sentía tan activo como lo suele estar a esa hora, las 9 de la mañana, con los administrativos ya trabajando mientras los investigadores todavía no llegan. La diferencia es que así se mantuvo todo el rato que estuve ahí.
Me encontré con Estela, quien iba a hacer el mismo trámite que yo. Después de firmar nuestros honorarios nos dirigimos al laboratorio para realizar una llamada de trabajo, con nuestros colegas en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM e Inglaterra. Unos minutos después nos alcanzó Daniel, quien también había ido al Instituto también a firmar. Presentamos los avances de nuestro trabajo y el tema del coronavirus solo se tocó de forma tangencial, en forma de queja de que ya no tendríamos acceso a nuestros laboratorios y por lo tanto ya no podríamos hacer ninguna medida en las próximas semanas. Al terminar la llamada, nos quedamos a platicar unos minutos y luego nos fuimos del Instituto.
Estela y yo fuimos a tienda UNAM a comprar alguna cosa que nos hiciera falta. Dentro de la tienda, aunque no había ninguna señal de escasez, si se podía notar la ya famosa imagen de gente comprando cantidades desproporcionadas de papel higiénico. Al salir nos despedimos y cada quien tomó rumbo para su casa. De nuevo, sin saber cuándo nos volveríamos a ver en persona.
En casa volví mas o menos a la misma rutina: pasar un rato en la computadora trabajando, hacerme de comer, comer, lavar platos, relajarme unos minutos viendo la tele y luego volver a la computadora. De nuevo hice llamada con Daniel y Estela para seguir trabajando en las publicaciones que tenemos pendientes. Ya al final de la llamada se unió Eric, nuestro jefe, para decirnos algunas complicaciones administrativas. Nada que papeleo y un poco de paciencia no pudiera resolver. Aunque por supuesto, todo eso se arreglaría una vez que las cosas, bueno, no se si llamarle "vuelvan a la normalidad", pero se halle la manera de continuar con las actividades y al mismo tiempo lidiar con la propagación de un virus.
Ya tenía rato que no agarraba la cámara, entre la mudanza y los eventos recientes no me había sentido con las ganas de tomar fotos. Pero hoy empezaron a florecer unas plantitas que me dejó aquí el dueño del departamento.
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